Con los brazos abiertos y los ojos cerrados, no de miedo sino de emoción, nos tiramos al agua. Las olas más grandes son las que más deseamos, a pesar de que sabemos que nos podrían absorber, derribar, y reducir el mundo a espuma y ruido de mar. Oí en una película que la vida es como la espuma, y hay que saber darse como el mar. Espuma: lo que el mar nos ofrece generosamente a manos llenas y ojos tapados.
Hoy creo que es al revés: Tirándonos al agua sin mirar; aceptando la espuma y la ola, el golpe de agua y el ruido. Aceptando la sensación de refresco, y la punzante bofetada del mar, que nos divierte y asusta a la vez. Y deseando, en el fondo, que nos tire para atrás y nos confunda por unos deliciosos segundos. Pero al final, todo acaba en risas.
Y cada vez te sorprende menos, pero te divierte más. Y no importa los años que pasen; seguirás volviendo a la playa, y volverás a experimentar de nuevo esa efímera sensación de libertad: cuando no tienes el control, pero si confianza, cuando te duele la ola, pero te refresca, y cuando sabes que a lo mejor te va a doler, pero te prepara para las siguientes.
Y... cuando más hondo nos lleva, cuanto más en blanco queda la mente, mi espíritu, entre las aguas, encima de las nubes y el viento, me eleva…
(Lëpask)