martes, 5 de enero de 2010

La excusa de Platón


Todos los días la ves, y en el fondo te levantas (casi) sólo para eso. Si te pones a pensar, seguro que eres incapaz de recordar el momento preciso en que la situación empezó (se normalizó); ilusionado todos los días como un bobo. Al principio, si un día no coincidíais ni lo recordabas, pero si así sucedía te alegraba un poco el resto del día. Como ahora: un simple saludo te hace saltar, y fantasear.

Cuando todo era más fácil. No veías nada malo, en sugerir... en imaginar historias, coincidencias felices, encuentros casuales inventados con la persona que tienes justo al lado, con desenlace picante. Incluso te daba tiempo para crear escusas imaginarias del por qué estaba ahí, restando importancia al roce, que con constancia hace el cariño, y con café y tabaco y miradas que matan, más.

Es más o menos entonces cuando comienzas a plantear la posibilidad de volver a la realidad, y hacer los sueños tangibles, para bien o para mal. Tanteas el terreno (¿o lo hacías ya antes?) con la otra parte o con terceros, y haces tus cálculos y previsiones (todo inútil). No hay negociación ni detalles sucios, como en el desengaño.

Y ahora niegas su existencia, y de forma recíproca, que es peor. Y esta historia nos suena a todos (a los dos). Si bien amargo al principio, seguramente insípido en la madurez, el verdadero sabor dulce se haya en la vejez del recuerdo. Tal vez se conserve una sólida amistad, o bien una con profundas raíces pero marchitas hojas. Yo las conozco todas. Pero nos recordará, si estuvimos libres de malicia en su día, lo que nunca sucedió y pudo haber pasado, tan cristalino y puro en la mente que resultaba irreal. Pero de ilusiones también se vive.

(LëPask)