martes, 5 de mayo de 2009

¿Sabíais que en España las bibliotecas públicas tienen que pagar un canon por cada libro que prestan en concepto de "copyright"?


Hablamos poco de literatura en La Mediterránea. Hemos expuesto nuestra admiración, por supuestísimo, con alguno de los grandes y más sucios, como Bukowsky o Burroughs, que para mí son prácticamente cita obligada para los paladares que gustan de sabores fuertes, pero hace poco, como diría un cofrade de esta casa, he podido disfrutar de caviar en lo que libracos se refiere.

Personalmente leo un montón, menos de lo que me gustaría pero más de lo que a veces desearía (tal vez influya el hecho de estar-viajar con regularidad en transporte público y ¡no poseer ningún aparato de reproducción musical digital desde hace años!). Últimamente, largos manuales de aparatos o programas que caen en mis manos (que no recomiendo) fanzines (que invito a encontrar, consumir y prestar), comics de Alan Moore (a quién a más de uno le sonara desgraciadamente por referencias peliculeras), y libros de música, que pocos hay que realmente valgan la pena, sólo aquellos que se adaptan a recursos tan abstractos como el tema del que hablan.

Y en lo que se refiere a literatura… Tengo que agradecer a toda mi familia materna, mater incluida, el poseer una magnífica biblioteca por cada miembro. Libros clásicos muchos, viejos de ediciones originales, como el del El Exorcista, de William Peter Blatty (1949) que da miedo verlo de lo antiguo que es, me lloraban los ojos cuando lo abrí por primera vez (por el polvo). O La historia interminable, de Michael Ende (1979), con dibujos originales con cada letra inicial (todo el abecedario en orden); y las letras en verde y rojo. El último que me he agenciado es Al este del Edén, de John Steinbeck (1952).

Pues ahora tocaría el predecible sermón de que leáis mas, que es un mundo, una virtud… Pero en vez de eso voy a dejar de escribir y empezar a leer ¡me queda aún mucho para estar satisfecho!

“Viniste a verme mientras tallaba una figurilla en madera, y me dijiste: “¿Por qué no me haces algo?” Te pregunté qué querías, y respondiste:
“Una caja.”
“¿Para qué?”
“Para poner cosas en ella.”
“¿Qué cosas?”
“todo lo que tengas”, dijiste.
Bien, aquí tienes la caja que querías. He puesto en ella casi todo lo que yo tenía, (…) Y todavía la caja no está colmada.”
(John Steinbeck en la dedicatoria del libro expuesto arriba).

(Lepask)