martes, 17 de febrero de 2009

ejercicio letrístico: Contrabajo

Un verano de esos que parecen no tener fin, me encontré con que tenía la casa sola para mí durante dos meses. Como era joven y no tenía preocupaciones, me dedicaba a invitar a todo el que quisiera matar el tiempo conmigo. De día, tras la hora del almuerzo, me invadían las amistades (y las amistades de éstas). Y por la noche, remataba el tiempo entre el humo y la televisión.

Y mira que casualidad que a las horas en las que me podía sentar a prestar atención a la caja tonta, ¡emitían, felizmente para mi, conciertos de Jazz! Además, en esas mismas fechas la temporada de improvisación estaba caliente en un conocido garito cerca de mi hogar. Me di de narices con todo un mundo nuevo, yo, que presumía de melómano. Como resultado, al acabar el hechizo veraniego, me pillé un contrabajo.

Mi maestro, que heredó el instrumento a su vez del suyo, me lo vendió a mí. Estaba un poco echo polvo, pero sonaba, y su alma (costados) intacta. Las notas, basadas en una técnica que prácticamente había inventado, salían tímidamente al principio desde el centro de la espiral (que parecía una metáfora física de la música), hasta su panza; y a mis oídos, para alivio de mis muñecas, que se sentían recompensadas por el esfuerzo.

Resultados: Disciplina que se rompe, paciencia que se acaba, concentración… Es como un amor platónico al que siempre das otra oportunidad, y cada vez conoces algo más que no sabías. Otras veces es sólo un armario que ocupa espacio. No importa. Por que no hay ninguna razón para seguir con é, ni para tocarlo. Por eso lo hago.
(LëPask)