Recuerdo la primera vez que entre en mi primer local. “Que desastre”-pensé. Al rato, te dabas cuenta de que se trataba de un espacio casi sin reglas. Podías quedar, fumar, charlar, ¡y hasta tocar! Con el tiempo, me metí en una banda y nos fuimos introduciendo más activamente.
A lo largo del tiempo he conocido y utilizado otros locales de ensayo. Ahora que ha pasado el tiempo y tengo que volver a buscarme la vida, me pongo a pensar y me doy cuenta de que en realidad lo único que una persona joven necesita es eso: un espacio.
Un espacio, no un sitio donde tengas que pagar por estar un par de horas para realizar una lista de cosas determinadas (un bar). Tampoco una habitación contigua a algún pesado familiar. Ni siquiera un dormitorio para caerte muerto después de un extenuante día en Babylon.
Un espacio: un lugar donde puedas hacer ruido. Dónde puedas ir cuando quieras, a toda hora. Dónde hagas algo en todo momento, hasta sentado o ¿no es mejor una charla que estar delante del televisor?; que puedas destrozar pero que te haga ser responsable y organizado. Sacrificando un poco cada mes para poder mantenerlo.
Pensadlo. Imaginad que fuera tan fácil acceder a uno como consumir cualquier cosa.¡Cuán difícil una cosa y tan sencilla la otra! Un simple espacio para la juventud. Nadie echaría de menos la tele. Se tendería hacia la creación y no hacia la contemplación. Buscarías alternativas y posibilidades. Compondrías música. Si consigues echar a los aprovechados, oportunistas, y en cierta medida olvidas el efecto de algunas (peligrosamente) apáticas sustancias… tenemos un espacio para algo más estimulante que todo lo que sociedad del espectáculo puede ofrecer. Un simple espacio vacío.
Os invito a reflexionar: Si es una idea tan sencilla, ¿Por qué cuesta tanto de conseguir?
(LëPask)