Las fuerzas que quieren suprimirnos deben primero entendernos, y ello es su perdición. La inconsciencia del espectáculo lo pone ya en cierta medida a nuestra disposición: como si de repente tuviésemos las ciudades para nosotros, como niños corriendo a través de las ruinas silentes de los cuadros de Chirico. Cuando desvías una película, un anuncio, un edificio, una estación de metro, desmistificas su aparente impregnabilidad; por un momento, tu los dominas. Son sólo objetos, tecnología. ¿O no es así? ¿No te sientes como en casa entre ellos?
Insistir en la imagen de la lucha de clases que nos separa del espectáculo es ceder demasiado terreno al enemigo, porque nos separa de nuestra esencia. El espectáculo no es sólo la imagen de nuestra alienación, es también la forma alienada de nuestras aspiraciones reales. De ahí su influencia sobre nosotros. Las fantasías compensatorias extraen su fuerza de nuestras fantasías reales. En consecuencia, basta de puritanismo hacia el espectáculo. No es un “simple” fetiche, es también un fetiche real, realmente mágico, toda una “fábrica de sueños” que expropia realmente la aventura humana. La pasión de Maldoror captura a la perfección la actitud ambivalente hacia el espectáculo, que resulta la apropiada: abrazarlo tierna y sinceramente mientras, con una amorosa y delicada caricia, le partimos el cuello.
Estamos todavía experimentando en la oscuridad. El arma más poderosa que posee la sociedad es su capacidad para impedirnos descubrir las armas de que disponemos y cómo utilizarlas. Tenemos que aplicar un “análisis de resistencias” a la sociedad misma, interpretando en primer lugar no su contenido, sino sus resistencias a la “interpretación”. Toda acción subversiva es tan experimental como un movimiento en el juego infantil de “frío-caliente”: es haciendo la historia como aprendes a comprenderla, jugando contra el sistema como se descubren sus debilidades, sus efectos reactivos. En última instancia, el sentido de las “derivas” era éste. ¿Es sólo una coincidencia que la crítica moderna del urbanismo y del espectáculo surgiese de los investigadores “psicogeográficos” de los 50? Se aprende con más precisión cómo opera el sistema al observar cómo lo hace sobre sus enemigos más precisos.
El movimiento revolucionario es su propio laboratorio y aporta sus propios datos. Todas las alienaciones reaparecen en él de forma concentrada. Sus propios fracasos son los filones que contienen los minerales más preciosos. Su principal tarea es exponer sus propias miserias, que estarán siempre presentes, sea en forma de simples recaídas en las miserias dominantes del mundo que combate o en la de nuevas miserias que sus propios logros crearán. Ésta será siempre la “primera condición de toda crítica”. Cuando el diálogo se haya armado, podremos probar suerte en el terreno de lo positivo. Pero hasta entonces, el éxito de un grupo revolucionario es trivial o peligroso. Siguiendo el modelo de la producción mercantil, tenemos que aprender a fabricar organizaciones con su propia “obsolescencia incorporada”. En la revolución se pierden todas las batallas menos la última. Nuestro objetivo debe ser fracasar claramente, cada vez, una vez y otra. Todo lo fragmentario tiene su lugar para quedarse, su sitio en el espectáculo. Pero la crítica que quiere acabar con el Gran Sueño no tiene “dónde sentar la cabeza”.
Sed crueles con vuestro pasado y con quienes querrían manteneros en él.
(Extraído del libro "Secretos a voces" de Ken Knabb)