Y esperó, y esperó... sería igual durante sucesivos intervalos de minutos o cuartos de hora. Interrumpido por la consciencia de sí mismo, que por instantes volvía, para luego desaparecer entre pensamientos, paranoias más bien. Horas muertas, dedicadas al trabajo para el público, pero para él y el gato, que reclamaba atención entre sus piernas, una espera. La musa, que en su individualidad respecto al resto de inspiraciones se había hecho carne, estaría divirtiéndose, despreocupada. De fiesta vaya.
Ya no le interesaban los libros de texto acumulados en su repisa, cogiendo polvo. Tampoco los archivos robados ocupando espacio vital en su escritorio, aunque si los consumía, para matar el tiempo, mas que para saciarse con ellos y seguir enamorado de la soledad. Ésta era ahora su peor amiga, una invitada que no sabia como echar. Solo le interesaba ella... una isla exótica, soleada y de aguas cristalinas, y aunque le cegaba el mismo sol y le salpicaban las mismas olas que al resto, él deseaba broncearse y bañarse indefinidamente, y perderse...
Podía verla, lejana, sonriendo y riendo sin parar, repartiendo manjares cuyo sabor solo podía imaginar partiendo de las migajas que recibía. Pedazos generosos según ella, pero no las partes más jugosas. La Musa... egoísta, vanidosa en su propia ignorancia respecto a los embelesos que provocaba, un enigma rompecabezas... Bla bla, y perdía más tiempo y no se sentía culpable, persiguiendo fantasmas, ignorando los consejos que le llegaban fuera, lejos de su cubículo, tan rico antaño en detalles imaginarios que ahora parecía una parodia.
La Musa... Las excusas se acumulaban, el disimulo llegaba a hacerse pedante, y pronto la burbuja explotaría. No la necesitaba. Pero la deseaba. Y de ilusiones también se muere.
(LëPask)